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viernes, 9 de junio de 2017

Homenaje a ROGER MOORE: “LA ESPÍA QUE ME AMÓ”, de LEWIS GILBERT



[NOTA PREVIA: EL PRESENTE TEXTO ES UNA FUSIÓN, LIGERAMENTE ACTUALIZADA. DE LOS ARTÍCULOS QUE PUBLIQUÉ EN “IMÁGENES DE ACTUALIDAD”, NÚM. 285, SECCIÓN CULT MOVIE (NOVIEMBRE 2008), Y “DIRIGIDO POR…”, NÚM. 427 (NOVIEMBRE 2012).]


Soy el peor James Bond, según Internet. ¡El más odiado! Que si era demasiado divertido, que si demasiado blando. Se lo toman verdaderamente en serio
Roger Moore (1927-2017)


Sean Connery interpretó al agente James Bond 007 en seis películas basadas en las novelas de Ian Fleming y coproducidas por Harry Saltzman y Albert R. Broccoli: Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962), Desde Rusia con amor (Young, 1963), James Bond contra Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Operación Trueno (Young, 1965), Solo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1966) y Diamantes para la eternidad (Hamilton, 1971); entre estas dos últimas, George Lazenby había encarnado a Bond en 007 al servicio secreto de Su Majestad (Peter Hunt, 1969). Pero tras Diamantes para la eternidad, y harto del personaje, Connery anunció su renuncia “definitiva” del mismo; y escribamos las comillas bien grandes, porque años después volvería a interpretarlo en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Saltzman y Broccoli decidieron reemplazarle por un desconocido, repitiendo la operación llevada a cabo con el propio Connery y con Lazenby, pero tras hacer pruebas a intérpretes como Julian Glover –quien acabaría siendo el villano de Solo para sus ojos (John Glen, 1981)–, John Gavin, Jeremy Brett y Michael Billington, al final acabaron jugando sobre seguro, inclinándose por un actor famoso: Roger Moore, quien a principios de los sesenta ya estuvo a punto de ser 007 pero prefirió seguir trabajando en la serie de televisión que le hizo mundialmente popular, El Santo (1962-1969). De este modo, Moore acabó haciendo siete películas de la serie Bond: 007 vive y deja morir (Guy Hamilton, 1973), El hombre de la pistola de oro (Hamilton, 1974), La espía que me amó (Lewis Gilbert, 1977), Moonraker (Gilbert, 1979), Solo para sus ojos, Octopussy (Glen, 1983) y Panorama para matar (Glen, 1985).


La espía que se amó se basa en la novela escrita por Fleming en 1962 y publicada en castellano con el título de El espía que me amó. Su trama no tiene nada que ver con su aparatosa adaptación al cine, ya que se centra en Vivienne Michel, la cual se hospeda en un hotel de carretera y es salvada por Bond de la amenaza de unos asesinos, de ahí que por primera vez en un film Bond La espía que me amó conste únicamente como “basada en los personajes de Ian Fleming”. Su preproducción fue una de las más conflictivas de toda la historia de la serie. De hecho, estuvo en un tris de no hacerse a causa de la bancarrota que sufrió el productor Harry Saltzman y que casi arrastra a su socio Albert R. Broccoli, crisis de la que este último pudo salir comprándole a Saltzman su parte de la franquicia cinematográfica sobre el agente 007, valorada en 20 millones de libras esterlinas, y convirtiéndose en único propietario de la misma al frente de Eon Productions. Guy Hamilton tenía que ser de nuevo el director y una larga serie de personalidades habían aportado ideas: el realizador John Landis (sic), los guionistas Tom Mankiewicz, Anthony Barwick, Ronald Hardy, Derek Marlowe, Cary Bates, Sterling Silliphant y hasta el famoso autor de La naranja mecánica Anthony Burgess. El primer guion, rescrito quince veces (¡), no satisfizo a nadie y Hamilton abandonó el proyecto, siendo sustituido por otro realizador con experiencia en la serie: el también británico Lewis Gilbert, quien contrató a dos nuevos guionistas, Christopher Wood y Richard Maibaum, que firmaron el libreto definitivo retomando algunas ideas ya llevadas a cabo por Gilbert en Solo se vive dos veces, de la cual La espía que me amó puede considerarse una reedición mejorada: si en aquélla era una nave espacial de la organización criminal SPECTRA la que se tragaba naves espaciales americanas y soviéticas, y había una batalla final en una base secreta oculta dentro de un volcán, aquí es un petrolero gigante el que se apodera de submarinos yanquis, rusos y británicos, y la batalla tiene lugar a bordo de ese mismo navío.


Otro problema que amenazó con dar al traste con el proyecto fue la demanda judicial contra Broccoli interpuesta por el productor irlandés Kevin McClory, propietario de los derechos de la novela de Fleming Operación Trueno con el cual Saltzman y Broccoli se habían visto obligados a asociarse para hacer el film homónimo de 1965. McClory, que posteriormente lograría poner en pie la ya citada Nunca digas nunca jamás amparándose en esos mismos derechos, alegó que el guion de La espía que me amó se parecía al de otro guion sobre Bond que tenía registrado con el título de Warhead, en cuya trama también figuraban submarinos atómicos. McClory perdió el pleito, pero Broccoli y sus guionistas prefirieron curarse en salud y cambiar el nombre inicialmente previsto para el villano de la función, Stavros, por el de Stromberg, a fin de evitar cualquier parecido con el nombre del jefe de SPECTRA, Ernst Stavro Blofeld, cuya utilización pertenecía legalmente a McClory.


Los encargados de secundar a Moore en su tercera aventura cinematográfica como Bond serían, en primer lugar, el veterano actor alemán Curd Jürgens, acreditado como Curt Jurgens, sin diéresis en la “u”, cuando trabajaba para el cine de habla inglesa, quien encarnaría al supervillano de la función, Karl Stromberg. Jürgens fue elegido después de que se hubiese sido considerado muy seriamente a James Mason, en parte por su interpretación del capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino (Richard Fleischer, 1954). Barbara Bach, una exmodelo con cierta experiencia en televisión y cine que al final se retiraría del mundo del espectáculo tras contraer matrimonio con el exmiembro de los Beatles Ringo Starr en 1981, sería la espía del servicio secreto soviético Anya Amasova. Según parece, Bach fue elegida para el papel apenas cuatro días antes del inicio oficial del rodaje y tras superar con éxito una prueba de pantalla. La primera elección para el papel Anya había sido Lois Chiles, quien declinó la oferta porque no se sentía segura como actriz, aunque luego acabaría siendo la chica Bond de Moonraker. El gigantesco actor de 2,17 metros Richard Kiel tendría a su cargo el lucido papel del secuaz de Stromberg apodado en versión original Jaws y en el doblaje castellano como Tiburón, en referencia en ambos casos a la mítica película homónima de Steven Spielberg. Como Jaws fueron considerados Jack O’Halloran (el villano Non de Superman 1 & 2), Will Sampson (el actor piel roja de Alguien voló sobre el nido del cuco) y Dave Prowse (Darth Vader en la primera trilogía Star Wars). El reparto se completó con intérpretes habituales de la serie Bond, como Bernard Lee, como M; Desmond Llewelyn, como Q; Lois Maxwell, como Moneypenny; o Walter Gotell, como el general Gogol; amén de un par de ex “chicas Hammer”: Caroline Munro, intérprete de la bella y mortífera Naomi, y Valerie Leon, como una turgente recepcionista de hotel.


Con un presupuesto de 14 millones de dólares, por aquel entonces el más caro invertido en una película de 007, La espía que me amó se rodó entre el 31 de agosto de 1976 y el 26 de enero de 1977. La filmación de las escenas en exteriores tuvo lugar en los auténticos escenarios donde transcurre el relato junto con otros de distintas partes del mundo. Por ejemplo, la famosa secuencia de persecución con esquís en los Alpes suizos que precede a los títulos de crédito fue rodada por una segunda unidad a caballo de dicha localización y de Canadá. El momento cumbre de la misma, consistente en el salto al vacío de 007 y la apertura de su paracaídas con los colores de la bandera británica, fue una idea que Broccoli deseaba incluir en el film a cualquier precio (aunque otras fuentes apuntan a que la misma ya había sido sugerida por Lazenby durante el rodaje de 007 al servicio secreto de Su Majestad). Para llevarla a cabo se contrató, a cambio de un salario de 30.000 dólares, al esquiador Rick Sylvester. La escena se rodó una sola vez y a punto estuvo de arruinarse porque las cámaras que filmaban el salto dejaron de funcionar, excepto una, que logró captarlo con teleobjetivo, tal y como se ve en la película.


Algunas secuencias del film fueron rodadas en escenarios reales de Egipto, como las pirámides de Gizeh, el tempo de Abu Simbel o la ciudad de Luxor; otras, en exteriores de Italia y Malta; y las escenas submarinas y con maquetas, en las islas Bahamas. En este punto hay que hacer mención a la extraordinaria labor del técnico de efectos especiales Derek Meddings, quien diseñó una maqueta de veinte metros de largo que figuraba ser el Liparus, el petrolero gigante de Stromberg. La principal razón por la que se decidió hacer una maqueta del Liparus era porque rodar en un auténtico petrolero resultaba carísimo (un alquiler diario de 50.000 libras esterlinas) y, además, extremadamente peligroso: un petrolero vacío tiene más posibilidades de estallar con una pequeña chispa que uno lleno por culpa de las bolsas de gas que quedan en los tanques a modo de residuo. Meddings también realizó la enorme maqueta que simula ser Atlantis, el laboratorio sumergible de Stromberg. Fue necesario construir nada menos que siete maquetas distintas para rodar los planos subacuáticos en los cuales el nuevo coche de 007, modelo Lotus Esprit S1 de color blanco, se convierte en mini-submarino, una maqueta para cada función del vehículo (sumergirse, plegar las ruedas, sacar las aletas, navegar…). Dos auténticos Lotus fueron utilizados para rodar la secuencia de la persecución por carretera; uno de los cuales, por cierto, pertenecía al director de la empresa Lotus, quien lo cedió encantado ante la posibilidad de que su coche saliera en pantalla.


La parte del león del rodaje tuvo lugar en el gigantesco decorado que simula ser el interior del superpetrolero de Stromberg, en su momento anunciado como uno de los mayores de la historia del cine. Diseñado por Ken Adam, decorador habitual de la serie 007, era tan grande que no había plató en el mundo que pudiese albergarlo, ante lo cual Broccoli adoptó una decisión radical: construir ese plató al mismo tiempo que se erigía el decorado en su interior. El resultado sería la construcción del mayor plató jamás edificado en los londinenses estudios de Pinewood, de 114 metros de longitud, 40 metros de anchura por 16 metros de altura. Popularmente conocido como el Plató 007, era capaz de albergar la reconstrucción a escala real de tres submarinos, diversos vehículos y docenas de especialistas y figurantes, y costó un millón de dólares.

¿Qué tuvo que ver Stanley Kubrick con este film? Mucho: el director de fotografía Claude Renoir tenía problemas de visión y era incapaz de iluminar el decorado gigante del Liparus porque no podía ver el fondo del mismo; Adam halló la solución buscando la opinión de un experto amigo suyo: ¡Kubrick!, con quien había trabajado en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú y Barry Lyndon. El excéntrico realizador norteamericano se comprometió a visitar el plató si se le garantizaba que su presencia en el mismo sería un completo secreto, y a lo largo de cuatro días estudió el decorado, sugiriendo que el mismo fuera iluminado con luz artificial. No fue el único miembro de la familia Kubrick involucrado en La espía que me amó: su hijastra Katharina diseñó la incomodísima dentadura metálica que tuvo que soportar Richard Kiel, y que le dolía tanto que tan solo podía llevarla puesta un máximo de 36 segundos.


Estrenada en Gran Bretaña el 7 de julio de 1977 y en los Estados Unidos el 13 del mismo mes, La espía que me amó fue uno de los mayores éxitos de la serie Bond, con una recaudación de más de 46 millones de dólares solo en cines estadounidenses y más de 185 millones a nivel internacional, cosechando además tres merecidas candidaturas al Oscar: para los decoradores Ken Adam, Peter Lamont y Hugh Scaife; para el músico Marvin Hamlisch, firmante de una interesante partitura moderna que renovaba el estilo musical de la serie; y para la excelente canción Nobody Does It Better, con música de Hamlisch, letra de Carole Bayer Sager e interpretada por la estupenda Carly Simon.


Aceptando la convención de dividir la serie Bond en etapas representadas por cada uno de los intérpretes que han encarnado al agente 007, cada una de aquéllas ha tenido al menos una película lograda: James Bond contra Goldfinger (Sean Connery), 007 al servicio secreto de Su Majestad (George Lazenby), La espía que me amó (Roger Moore), 007: Licencia para matar (Timothy Dalton), y Muere otro día (Pierce Brosnan). La excepción a esta tónica la constituye, para mi gusto, la actual “etapa” Daniel Craig: de las cuatro que ha protagonizado hasta la fecha, tres de ellas –007: Casino Royale, Skyfall y SPECTRE– me parecen excelentes. Por más que no falta quien defiende El hombre de la pistola de oro (gracias a la presencia como villano del siempre memorable Christopher Lee) o Solo para sus ojos (por su recuperación del Bond más físico y menos tecnológico) como los mejores títulos de la etapa Moore, sigo considerando que las supera La espía que me amó, y ello en base a tres razones: porque supuso la consolidación de Bond como un personaje con un pie anclado en el cine de los sesenta que le vio nacer, pero capaz de adaptarse a los nuevos tiempos sin dejar de ser él mismo; por su rotundo desprecio de la verosimilitud, acentuada por el cariz humorístico que supo imprimirle un irónico y en este sentido subvalorado Roger Moore; y por suponer una de las mejores combinaciones de acción, humor y espectáculo de toda la serie, solo comparable a James Bond contra Goldfinger, 007 al servicio secreto de Su Majestad y Muere otro día (y a diferencia de 007: Licencia para matar y los cuatro Bond con Craig, hasta la fecha los títulos más violentos y sombríos de la franquicia).   
 

La espía que me amó consolidó la etapa Moore y marcó el devenir de la serie tanto en los siguientes títulos que la compusieron (Moonraker, Solo para sus ojos, Octopussy, Panorama para matar), como el “Bond pirata” de Sean Connery (Nunca digas nunca jamás) o el primero de los dos de Timothy Dalton (007: Alta tensión). Puede que ello se deba a que se trataba de la segunda película de la franquicia realizada por Lewis Gilbert, quien antes había firmado la exótica pero decepcionante Solo se vive dos veces y en esta ocasión estuvo más afinado, entre otras razones porque La espía que me amó es casi un remake de Solo se vive dos veces, y probablemente eso le ayudó a pulir los defectos de esa primera incursión en el universo de 007: si en Solo se vive dos veces el plan de Blofeld y SPECTRA consistía en secuestrar cápsulas espaciales soviéticas y norteamericanas, aquí el del megalómano villano Karl Stromberg consiste en hacer otro tanto con submarinos atómicos de USA, el Reino Unido y la antigua Unión Soviética; y ambas películas tienen sendos clímax que giran alrededor de la liberación por parte de Bond de los cosmonautas/ tripulantes de las naves secuestradas para formar con ellos un improvisado ejército contra las huestes a sueldo de Blofeld/ Stromberg (además de detalles específicos, como la piscina con pirañas reemplazada por una con un tiburón).   


Pero es que, además de tener un villano memorable de puro excesivo –el gigantesco Jaws, Tiburón en el doblaje español–, y atesorar algunas de las mejores secuencias de acción de la saga, memorables por su brillante acabado –la persecución con esquí del prólogo, que concluye con la hilarante imagen de Bond saltando al vacío con un paracaídas que lleva estampada la bandera británica en la tela–, su extravagancia –la persecución primero automovilística, luego submarina, del Lotus pilotado por Bond y la agente soviética Anya Amasova–, o su aparatosidad –la batalla dentro del colosal petrolero traga-submarinos de Stromberg–, el film hace gala de una notoria efectividad cinematográfica, como demuestran: la elipsis que, al principio, elude el secuestro del submarino estadounidense en el prólogo (del cual James Cameron tomó buena nota cuando se planteó la primera secuencia de Abyss/ The Abyss, 1989); el asesinato de Max Kalba (Vernon Dobtcheff) bajo los dientes metálicos de Jaws, los dos ocultos tras una reja de madera y con ese suspense logrado a base de insertar planos en paralelo de unos bailarines egipcios; la atmósfera del intento de asesinato de Bond y Anya a manos de Jaws en las ruinas de Keops (anticipando la bella secuencia de misterio lograda un año después por John Guillermin en Muerte en el Nilo/ Death on the Nile, 1978); el momento en que el tema musical de 007 compuesto por Monty Norman se interrumpe justo cuando Bond desconecta la cámara sobre la cual se está desplazando; la divertida elipsis que muestra a Bond sacando el manillar de una moto de un saco y, en el plano siguiente, al agente secreto montado sobre una moto acuática; Bond hiriendo de muerte a Stromberg, con un balazo disparado a través del cañón de la misma arma escondida bajo su larga mesa con la que ha intentado matarle segundos antes; y la que, sin duda, es la mejor secuencia del film y una de las mejores de la serie: la nocturna que se desarrolla al pie de las pirámides, en la que el juego de luces y sombras y la megafonía de un espectáculo turístico se convierten en el contrapunto visual, sonoro e irónico para el asesinato del confidente Fekkesh (Nadim Sawalha) a manos, de nuevo, de Jaws, y el primer cara a cara entre este último y Bond, con resultados muy sugestivos. Todo ello permite que se puedan perdonar algunos deslices humorísticos que señalan los derroteros cómicos que impregnarían, sobre todo, Moonraker y Octopussy: la descacharrante huida de la furgoneta destrozada por Jaws a través del desierto, a los sones de una música burlesca; el guiño auspiciado por el tema musical de Maurice Jarre para Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962, David Lean) en esas mismas escenas del desierto; el pez que Bond saca por la ventanilla después de que su Lotus submarino haya emergido en medio de la playa...


1 comentario:

  1. John Landis!!! Flipo. Me gustan todas las de Roger Moore, ahí discuto mucho con mi señor padre que es de Connery a morir. Gran película y buen homenaje. Mi "placer culpable" es Panorama para matar: increíblemente la película que menos recaudó de la serie pese a tener una persecución en París que vale por toda ella. Injusticia.

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