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sábado, 4 de marzo de 2017

Una vida en tres tiempos: “MOONLIGHT”, de BARRY JENKINS



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Como suele ser habitual en el cine contemporáneo cuando se le quiere imprimir a una película la sensación de que es “importante”, la acción de Moonlight (ídem, 2016) está dividida en tres partes diferenciadas por sendos rótulos, “I. Pequeño”, “II. Chiron” y “III. Black”. Las mismas se corresponden con otras tantas etapas en la vida de principal personaje, llamado con el nombre mencionado en segundo lugar, Chiron (Alex Hibbert de niño, Ashton Sanders de adolescente, Trevante Rhodes de adulto), por más que, siendo un infante, recibe el mote de “Little” (pequeño), y, al llegar a la edad adulta, otro mote, el de “Black”, adquirirá, como luego veremos, un significado especial.


“I. Pequeño”. Chiron es un niño que vive en un suburbio negro (o, mejor dicho, para negros) en Liberty City, Miami. Su madre, Paula (Naomie Harris), de la que es hijo único, es una drogadicta incapaz de hacer nada bueno ni con su vida ni con la de su retoño. Pero, contra todo pronóstico, el niño se gana la simpatía de Juan (magnífico Marhershala Ali), un pequeño traficante de drogas, y su pareja, Teresa (Janelle Monáe), quienes tratan a Chiron –“Little”, como le llama Juan– con un afecto que su progenitora no quiere, o no puede, o no sabe darle. Por esa época, Chiron también se hace amigo de otro chiquillo negro del barrio, Kevin (Jaden Piner de niño, Jharrel Jerome de adolescente, André Holland de adulto), el cual, al contrario que la mayoría de condiscípulos de Chiron, no le trata con desprecio por el mero hecho de que, al contrario que aquéllos, Chiron es un niño tranquilo, solitario, sensible y nada amante de meterse en peleas. Además, Kevin será quien bautizará a Chiron con un nuevo apodo que tan solo emplea él para referirse a su amigo: “Black”.


“II. Chiron”. Llegado a la adolescencia, Chiron estudia ahora en el instituto de secundaria, pero su situación personal no ha mejorado demasiado. Su madre sigue enganchada a las drogas, prostituyéndose, o exigiéndole a su hijo que le dé el poco dinero que lleva en los bolsillos, para comprarse sus dosis. Y muchos de sus condiscípulos siguen metiéndose con él, si cabe más violentamente, porque al desprecio por su “debilidad” se une, ahora, la sospecha, bien fundada, de que Chiron es diferente a ellos por otra razón: su homosexualidad. El único que sigue conservando su amistad en este entorno escolar hostil es Kevin, el cual, al contrario que Chiron, hace gala y exhibición de su promiscuidad con todas las chicas que se le ponen a tiro. Una noche, empero, Chiron y Kevin, a solas en la playa, se sincerarán el uno con el otro, y dejándose llevar por un impulso, se besan y se masturban mutuamente. Pero, poco después, los condiscípulos de Kevin y Chiron arengan al primero para que haga algo indigno para “integrarse”: que golpee a Chiron. Una paliza que Chiron recibe con pasividad, sin querer defenderse, sin resistirse a la agresión de alguien a quien ama. La cosa no acabará ahí. Más tarde, Chiron irrumpe, decidido, en el aula donde está el líder de los chicos que obligaron a Kevin a pegarle, y sin más dilación le rompe una silla en la espalda. Chiron es detenido por la policía.


“Black”. Chiron, adulto, tiempo después de haber salido de la cárcel, se ha convertido, como Juan, en un traficante de drogas local. Ya no es ese niño sensible ni ese adolescente delgado y solitario, sino un hombre fornido, temible, que adorna su dentadura con fundas de oro. Una inesperada llamada telefónica de Kevin le permite descubrir que este, tras dejar el instituto, se casó, se divorció, tiene hijos y ahora se gana la vida cocinando en un dinner. También le llama para pedirle perdón por lo que le hizo en el instituto. Sin rencor, ambos quedan en verse en el local donde Kevin trabaja, con la promesa de que le preparará un buen plato de comida a Chiron. La cita se produce allí, y, en un clima cordial, ambos hombres, primero en esa cafetería, luego en el coche de Chiron y, más tarde, en el humilde apartamento de Kevin, mantendrán una larga conversación sobre sus vidas, su pasado y su presente, hasta que al final, conscientes de que el uno ha sido y sigue siendo el gran amor en la vida del otro, se abrazan con afecto.


Más allá de algunos tics propios del cine indie en el que se inscribe, Moonlight es un estupendo film, a ratos excelente que, si por algo sorprende, y muy agradablemente, es por el elevado carácter estilizado de su realización. No me refiero solo a lo más aparente, el por lo demás magnífico trabajo del operador James Laxton, quien trabaja con virtuosismo tanto la cálida iluminación de las escenas diurnas como, en particular, los colores ocres pero a pesar de ello vivaces de las escenas nocturnas, a tono con uno de los sentidos inherentes al relato: la sensación corroborada, como digo, por el trabajo fotográfico, de que, en Moonlight, el día es el espacio de la luz, del sol, y también, el momento en que sale directamente a la luz, a esa luz, lo peor del ser humano: la soledad de Chiron, el desprecio de los demás chicos, la drogadicción de su madre, los trapicheos de Juan con los estupefacientes. Pero, una vez llegada la noche, esta se convierte en el espacio de la intimidad, de la reflexión, de la confidencia: Juan ve, con tristeza, cómo Paula se prostituye para conseguir el dinero que necesita para drogarse; Chiron y Kevin hacen el amor en la playa siendo adolescentes, y una vez adultos, reanudan su amistad íntima, su amor secreto, con nocturnidad.


A falta de conocer su primer largometraje, Medicine for Melancholy (2008), Barry Jenkins hace gala en Moonlight de un pulso narrativo y sentido de lo cinematográfico realmente notables, consiguiendo elevar el interés de la propuesta muy por encima de sus interesantes, pero no particularmente atractivos, planteamientos argumentales. Indico, por ejemplo, la bella secuencia de presentación de Juan: los elegantes movimientos de cámara semicirculares alrededor del personaje captando sus gestos, sus miradas, su manera de bajarse de su coche, de moverse como pez en el agua, describen espléndidamente el dominio que tiene Juan del entorno en el que se mueve, donde se gana la vida traficando; todo ello visualizado con elegancia y precisión, y al mismo tiempo, con naturalidad y sentido de lo cotidiano, de lo inmediato. Otro momento magnífico es la secuencia en la que Juan enseña a nadar en la playa al pequeño Chiron/ “Little”: la planificación, que combina planos generales y planos medios de Juan y Chiron con planos más cerrados, casi primeros planos, del niño dando sus primeras e inseguras brazadas en el agua, expresa muy bien la complicidad entre ambos personajes, así como los “simbólicos” esfuerzos de Chiron para nadar en aguas revueltas / enfrentarse a los sinsabores de la vida, sin que ese simbolismo resulte ni obvio ni recargado. Llama la atención, asimismo, ese momento extraordinario, sin duda el más brillante de la película, en el que el adolescente Chiron irrumpe en clase para golpear al líder de los jóvenes que le humillaron: el gesto del muchacho viene precedido por una vibrante movilidad de la cámara que expresa la determinación del personaje, su rabia y su frustración a punto de estallar. Apuntar, finalmente, que me resulta chocante que nadie –al menos, que yo sepa– haya establecido vínculos entre Moonlight y Fresh (ídem, 1994), una película escrita y dirigida por Boaz Yakin no menos excelente y con no pocos puntos de contacto con la de Jenkins, que bien merecería una revisión.   


3 comentarios:

  1. Pues a mi no me convenció. Muy estilizada en lo visual, pero no me atrapó nunca en lo temático y narrativo. Volveré a ver Fresh para comprobar esas similitudes, pero la de Yakin es, al menos en mi memoria, muchísimo más lograda que Moonlight.

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  2. No me atrapó la película a pesar de la sensibilidad narrativa y la fotografía excelente.Un melodrama que no me hizo llorar.

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