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viernes, 24 de febrero de 2017

El superhéroe solitario: “BATMAN: LA LEGO PELÍCULA”, de CHRIS McKAY



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] El retrato que del superhéroe enmascarado creado por Bob Kane y Bill Finger ofrece este film dirigido por Chris McKay es de una insospechada profundidad, muy superior a lo que su apariencia formal de largometraje animado basado en la famosa marca de juguetes de su título pueda dar a entender a simple vista. El protagonista de Batman: La Lego película (The Lego Batman Movie, 2017) es un ser solitario, engreído, egocéntrico, obtuso y pagado de sí mismo, convencido como está de que es el superhéroe-más-molón. La primera secuencia, deslumbrante de puro inventiva, es muy significativa al respecto: el Joker lidera un ejército de supervillanos, todos ellos enemigos declarados de Batman cuya enumeración resulta innecesaria, y lanza un agresivo ataque sobre Gotham City; pero, de repente, y entonando una canción de autobombo, aparece Batman, destrozando los planes del Joker con tanta habilidad como repelente autosuficiencia.


Esa secuencia ya hace evidente algo que el resto del film no hace sino ampliar con una hondura, como digo, insospechable en un producto de estas características, el cual, a la chita callando, acaba siendo una de las mejores introspecciones cinematográficas sobre la psicología del Hombre Murciélago que se hayan realizado hasta la fecha. Me refiero a la presentación de Bruce Wayne/ Batman como alguien sumergido en una existencia solitaria, aburrida, gris, a ratos realmente patética. Después de haber derrotado por enésima vez al Joker y al resto de sus súper-enemigos en esa primera secuencia, el Cruzado de la Capa regresa a casa, se pone un batín (pero sin desprenderse de su famosa máscara de puntiagudas orejas de murciélago), se calienta pacientemente una langosta en el microondas (en sostenido plano fijo), se la come, con cáscara y todo, sentado en una “bati-moto acuática” en medio de una enorme piscina llena de “bati-embarcaciones”, remata la velada en su sala de cine privada viendo una película –Jerry Maguire (ídem, 1996, Cameron Crowe)–, perteneciente a un género –la comedia romántica– que, secretamente, le gusta, y termina en el gran salón de la gigantesca mansión Wayne, mirando embelesado, entristecido, una foto en la que aparece, de niño, junto a sus padres asesinados.


La entrada en escena de su fiel mayordomo Alfred a sus espaldas, al que noquea rápidamente de forma instintiva, da pie a una nueva y divertida digresión, no menos brillante: Alfred le comenta a su amo que le ve raro, y eso le recuerda, dice, las diversas etapas por las cuales ha atravesado el Hombre Murciélago en el pasado, pasando a enumerar los años que se corresponden, precisamente, con los largometrajes de imagen real dirigidos por Tim Burton, Joel Schumacher y Christopher Nolan bajo el paraguas financiero de Warner Bros., incluyendo –concluye Alfred– “esa extraña etapa de 1966”, que, como recalcan un par de breves insertos… no es sino la serie de televisión Batman (ídem, 1966-1968), que protagonizara Adam West. De este modo, Batman: La Lego película rinde tributo a los precedentes cinematográficos del personaje, y de paso se burla cariñosamente de ellos, pero al mismo tiempo de esta manera sitúa al protagonista en el momento actual: el Batman de Lego no es un personaje ajeno a la tradición que le precede, sino una figura que la recoge, si bien en clave burlesca y desmitificadora.


Otro tanto ocurre con la antítesis de Batman, esto es, el Joker. El Joker de Lego bebe de anteriores exploraciones de la psicología del personaje que arrancan, sobre todo, del extraordinario relato gráfico de Alan Moore y Brian Boland Batman: La broma asesina, insistiéndose aquí de nuevo en la interrelación que se da entre él y el Hombre Murciélago. Este último, en, de nuevo, la primera secuencia, hiere en lo más hondo los sentimientos del Joker cuando le dice que él no es su principal enemigo (para Batman, ese no es otro que… Superman); desengañado por esa decepción, el nuevo y siniestro plan del Joker consistirá, precisamente, en conseguir que Batman sienta por él lo que el Joker siempre ha sentido por el Hombre Murciélago, o sea, un odio total y absoluto que, a pesar de ello, en el fondo les hermana. Al final, el “¡Te odio!” que se profesan el uno al otro equivale, sotto vocce, a toda una declaración soterrada de amor…


No es esta la única paradoja de una película extraordinaria e imaginativa, repleta de jugosos contrastes. Batman y su recién incorporado compañero Robin (sobre el cual, ¡cómo no!, recae algún que otro chiste de naturaleza gay) visitan la Fortaleza de la Soledad de Superman… donde el Hombre de Acero está celebrando una descontrolada fiesta a la cual ha invitado a todos los miembros de la Liga de la Justicia… excepto al arisco, intransigente y antisocial Hombre Murciélago, aguafiestas donde los haya. Con la ayuda de Robin, Batman roba de la Fortaleza de la Soledad una pistola cuyos rayos transportan automáticamente a quien recibe la descarga a la Zona Fantasma, la célebre dimensión a donde antes iban a parar los villanos del planeta Krypton, y envía allí al Joker. Pero el tiro le sale por la culata, y por partida doble: no solo porque, sin el Joker en este mundo, Batman pierde todo su sentido, sino también porque, en la Zona Fantasma, el Joker organiza a su alrededor a todos los villanos allí encerrados, y los dirige sobre Gotham City en el que ha de ser el ataque maléfico definitivo. Un ejército memorable, por cierto, formado entre otros por King Kong, Voldemort, Sauron, el tiburón y los velociraptores de Spielberg o la Bruja del Oeste y sus monos alados, enfrentados, en singular batalla, contra el ejército improvisado por Batman junto con Robin, Alfred, Barbara Gordon/ Batgirl… y los viejos colegas del Joker y asimismo rivales del Hombre Murciélago, esto es, el Pingüino, Harley Quinn, el Acertijo, el Espantapájaros, Dos Caras, Catwoman, Hiedra Venenosa, Bane & Cia. Todo ello expuesto con algo más que virtuosismo técnico, que también: con una inventiva que se manifiesta a idea por plano. Una obra maestra.

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