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sábado, 24 de diciembre de 2016

Cobardes y vengativos: “ANIMALES NOCTURNOS”, de Tom Ford



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] No me canso de repetir que el conocimiento de las novelas, obras de teatro, cómics o lo-que-sea previos a sus adaptaciones en forma de películas es esencial a la hora de valorar, en profundidad y con conocimiento de causa, las cualidades de los films adaptadores desde el punto de vista de dicha adaptación. Tampoco descubro nada cuando afirmo que una buena película puede serlo desde un punto de vista exclusivamente cinematográfico y, al mismo tiempo, ser una mala adaptación de la novela, obra de teatro, cómic, etc., que traslada a imágenes, y a la inversa, una película puede ser mala, fílmicamente hablando, pero a pesar o con independencia de ello una buena adaptación del material previo que la inspira. Naturalmente, todo esto plantea una segunda, y necesaria, reflexión: ¿qué se entiende por “buena” o “mala” adaptación? ¿La que sigue fielmente la obra casi al pie de la letra (es decir, la que reproduce tal cual su trama argumental, caso de hallarnos ante obras literarias y/ o gráficas)? ¿O la que, por el contrario, “traiciona” esa fidelidad, pero a cambio refleja eso tan difícil de describir, de expresar, de sentir, que se conoce como el espíritu? Lo cual todavía nos llevaría a una tercera reflexión: ¿qué es o qué entendemos por espíritu de una obra artística, no solo las literarias y/ o gráficas sino incluso las pictóricas, escultóricas, arquitectónicas o musicales?


Esta digresión previa me parece necesaria a la hora de abordar un comentario de Animales nocturnos (Nocturnal Animals, 2016), habida cuenta de que, al menos por lo que da a entender su trama argumental, y a la vista de las informaciones existentes al respecto, sospecho que este film escrito y dirigido por Tom Ford depende, y mucho, de la novela en la que se inspira: Tony and Susan (1993), de Austin Wright, publicada en España como Tony y Susan por Destino (1994), y luego reeditada por Salamandra (2012) como Tres noches. Vaya por delante que Animales nocturnos me parece una buena película, interesante en sí misma considerada, pero mi desconocimiento de la novela de Wright me hace pensar que no pocas de las mejores ideas del film son mérito de esta última, sobre todo teniendo en cuenta que la trama de la película de Ford gira alrededor de la literatura, y en concreto, de la idea de una novela/un film dentro-del-propio-film, habida cuenta de que en el libro hay, también, una-novela-dentro-de-la-propia-novela.


Susan Morrow (Amy Adams) es una galerista de arte, casada en segundas nupcias con Hutton Morrow (Armie Hammer); el matrimonio de ambos no va bien: su relación es cada vez más fría y distante, más incómoda, y Susan sospecha –con acierto– que Hutton tiene una amante. Todo cambia cuando recibe un borrador de una novela, asimismo titulada “Animales nocturnos” y escrita por Edward Sheffield (Jake Gyllenhaal), su primer marido, del cual se divorció hace ya diez años, quien le pide que se la lea y le exprese su sincera opinión. La novela de Edward, que Tom Ford visualiza, planteando así una película-dentro-de-la-película, gira en torno a Tony Hastings (también interpretado por Jake Gyllenhaal), un padre de familia que viaja por carretera en su coche con su esposa Laura (Isla Fisher) y su hija adolescente India (Ellie Bamber). Una noche, el coche de los Hastings es apartado de la carrera por el vehículo de tres indeseables: Ray Marcus (Aaron Taylor-Johnson), Lou (Karl Glusman) y Turk (Robert Aramayo). Tras un conato de pelea, Tony se ve brutalmente separado de Laura e India. Es abandonado en medio del desierto por uno de sus agresores, y escapa por poco de morir cuando dos de ellos regresan a donde le han dejado, con toda seguridad para acabar con su vida. A la mañana siguiente, tras pedir ayuda a la policía, la tragedia se consuma con el hallazgo de los cadáveres de Laura e India, desnudas, violadas y asesinadas, la esposa a golpes, la hija por estrangulación. Pero, con la ayuda de un teniente de la policía local, el detective Bobby Andes (Michael Shannon), Tony seguirá la pista de los asesinos, movido por la venganza.


A lo largo de Animales nocturnos se produce una continua interacción entre la trama que relaciona, digamos, en el “mundo real” a Susan, Edward y Hutton, y la de la novela escrita por Edward. Por ejemplo, una de las claves de ambas tramas, la “real” y la “imaginaria”, está estrechamente vinculada con la idea de la cobardía. En el libro de Edward, su protagonista masculino, el mencionado Tony Hastings, se reprocha sobre todo la cobardía que, según él, demostró a la hora de defender a su esposa e hija de la agresión de Ray, Lou y Turk; de hecho, es lo que más lamenta de la tragedia que ha vivido, pues su convencimiento de que no actuó adecuadamente cuando la situación lo requería, que no supo o no pudo ser todo lo valiente que cree que debería haber sido, es lo que les costó la vida a Laura e India. Al hilo de la lectura de la novela de Edward, Susan rememora cómo fue su relación con su exmarido, y recuerda precisamente que una de las cosas que ella siempre le reprochaba, hasta el punto de provocar su divorcio, es que no se decidiera a encarrilar su carrera de escritor hacia opciones “de éxito”; o, dicho con otras palabras, siempre estaba echándole en cara su “cobardía”. A mayor ahondamiento, es a partir de los recuerdos de Susan sobre su vida junto a Edward, visualizados mediante los preceptivos flashbacks, cuando vemos por primera vez al escritor y descubrimos que está interpretado por el mismo actor que encarna a Tony, esto es, Jake Gyllenhaal. Entonces comprendemos que la desazón que la lectura de Animales nocturnos provoca en Susan se deriva no tanto de su dureza, que también, como de lo que tiene de simbólico, grotesco retrato encubierto de determinados aspectos de su vida junto a Edward.


Hay ocasiones en que Tom Ford emplea el montaje para forzar la relación entre los dos planos narrativos del relato mediante asociaciones visuales destinadas a crear paralelismos entre situaciones parecidas, al menos, a nivel visual (por más que no siempre vengan a significar lo mismo). Es el caso, por ejemplo, del plano medio en picado sobre Tony, echado sobre el lado derecho de una cama, que por corte se asocia con un plano medio en picado prácticamente idéntico de Susan asimismo echada en otra cama pero ocupando el lado izquierdo del lecho; de este modo, se establece una relación entre ambos personajes, el “real” (Susan) y el “imaginario” (Tony), pero casi “real” en la imaginación de la primera en cuanto es una representación simbólica del “auténtico” Edward; y, de paso, se sugiere la soledad de ambos personajes, en virtud de la ausencia de un ser amado que compartía su cama, su vida, con ellos, en el caso de Susan, Edward, y en el de Tony, su asimismo “imaginaria” esposa Laura, en la cual podemos ver un trasunto de la Susan de carne y hueso (de hecho, ¿no hay una cierta semejanza física entre las actrices Amy Adams e Isla Fisher?). Otro ejemplo de ese tipo de asociación por medio del montaje se da en la escena en la que Susan lee en la novela de Edward (y Tom Ford visualiza) el terrible momento en que Tony, Bobby Andes y otro agente de policía descubren los cadáveres de Laura e India: madre e hija muertas han sido depositadas, desnudas, sobre un viejo sofá situado en medio de las ruinas de una casa abandonada en medio del campo; los cadáveres están dispuestos sobre ese sofá como si estuvieran delicadamente abrazadas y mirándose la una a la otra. La descripción de esa dura escena impulsa a Susan a detener su lectura y efectuar una rápida llamada telefónica a su hija adolescente Samantha (India Menuez), fruto de su matrimonio con Hutton, la cual en ese momento está durmiendo, también desnuda, abrazada a su amante, en una pose prácticamente idéntica a la de los cadáveres de Laura e India.


Animales nocturnos es, como digo, una interesante película tanto por lo que cuenta como por el cómo lo cuenta, por más que en relación a esto último afloren algunas debilidades inherentes al estilo cinematográfico que ha demostrado Tom Ford tanto aquí como en su anterior largometraje, el a pesar de todo no menos atractivo Un hombre soltero (A Single Man, 2009). Me refiero, principalmente, a cierta delectación esteticista que, si bien a ratos resulta pertinente –como comentaba hace poco el amigo Tonio L. Alarcón en su crítica para Imágenes de Actualidad, el brillante contraste entre el acristalado apartamento donde vive Susan, expresión de su propia frialdad de carácter, y los escenarios calurosos, soleados, casi febriles donde transcurre la mayor parte de la acción de la novela escrita por Edward–, en ocasiones le proporciona a la película una relativa altivez “artística”, una cierta pátina relamida, que más bien favorece una determinada desconexión (quizá deliberada) con el drama de los personajes. Pienso, por ejemplo, en la chocante secuencia de los títulos de crédito, consistente en una serie de planos de antiguas cheerleaders maduras y obesas, bailando desnudas y a cámara lenta, que en realidad no forman parte sino de una provocativa exposición de arte contemporáneo que se exhibe en la galería de Susan. O en escenas como aquélla en la que Susan se fija por primera vez en un enorme cuadro que está colgado en la galería de arte que dirige, y que consiste en unas enormes letras negras y chorreantes, como si estuvieran ensangrentadas, donde se lee “REVENGE” (venganza); más adelante, y una vez llegados a la secuencia final, se hará evidente algo que venía a señalarnos esa pintura abstracta: que el propósito de Edward al enviarle su novela a Susan, y luego citarla a una cena a solas, no era otro que la revancha: restregarle por la cara que, finalmente, logró escribir una buena novela, y además, dejarla plantada en el restaurante, tal y como ella hizo con él en el pasado… Ello no obsta, insisto, para que el resultado final se incline más hacia lo positivo que hacia lo negativo, a lo cual resulta de justicia añadir la excelente labor de sus intérpretes.


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