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viernes, 16 de septiembre de 2011

APUNTES SOBRE EL CINE DEL VERANO (y 2): “SÚPER 8” – “CONAN, EL BÁRBARO” – “COWBOYS & ALIENS”


Aquellos maravillosos años: Súper 8 (Super 8, 2011), de J.J. Abrams.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan detalles de la trama de este film.] Vaya por delante que esta producción de Steven Spielberg escrita y dirigida por J.J. Abrams me ha gustado, en el sentido de que veo en ella más elementos positivos que negativos, pero ello no me impide discutirle algunas cosas. Por más que no termino de compartir su opinión, sin duda más negativa que la mía, a pesar de ello estoy de acuerdo en ciertas afirmaciones que efectúa Diego Salgado en su crítica del film publicada en Fandigital (los interesados pueden leerla en http://www.cine.fanzinedigital.com/9052_1-Super_8.html) y que asimismo me impiden considerar a Súper 8 una película más allá de interesante en virtud de ciertas cuestiones (o, como escribía hace años el colega Jaume Genover en la sección de films emitidos por televisión de la revista Fotogramas, “interesante por determinados conceptos”). Me parece no solo bien sino incluso estupendo que Abrams haya concebido esta película a modo de explícito homenaje al cine de Spielberg; es bien sabida mi opinión sobre este último, de ahí que a mí no me resulta nada raro que esto ocurra. Se trata, además, de un homenaje honesto, en cuanto reconocido por Abrams desde el primer día; además, siendo el propio Spielberg el productor de este auto-homenaje, casi huelga añadir nada más al respecto. Súper 8 me parece no solo un buen film, sino incluso el mejor que hasta la fecha ha realizado Abrams, cuyos méritos como metteur en scène todavía están, al menos por ahora, por debajo de su indiscutiblemente brillante labor como creador de series de televisión cuya cita resulta ociosa a estas alturas; a las pruebas me remito: a la mediocre Misión imposible 3 (Mission: Impossible III, 2006) y a la correcta aunque irregular Star Trek (ídem, 2009); no olvidemos que estamos hablando de un realizador que ha firmado hasta la fecha tres largometrajes para el cine y diversos telefilms; creo, honestamente, que todavía le queda mucho camino por recorrer.

Pero –y aquí estoy más cerca de lo que escribe Salgado— no es menos cierto que a Súper 8 se le notan demasiado las costuras, o dicho de otra manera, que quizá hubiese valido la pena no limitarse a rendir un (brillante) homenaje al cine de Spielberg, sino que además tampoco hubiese estado nada mal el atreverse a ir un poco más allá, en el sentido de plantear una revisión en profundidad del cine de Spielberg desde el punto de vista de un admirador de la segunda década del siglo XXI. Lo que en el fondo chirría un poco de Súper 8, sobre todo en su tercio final, el más endeble, es el hecho de que se nota demasiado ese carácter de homenaje, esa pleitesía al imaginario cinematográfico creado por el autor de Tiburón (Jaws, 1975) y que incluye unos muy explícitos guiños a Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) –todo lo relativo a la aparición del ejército—, e incluso a uno de los Spielberg menos apreciados por más que sea indiscutiblemente popular, Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993) –las secuencias de los ataques al policía y al empleado de la gasolinera, al hombre que está revisando una luz en la calle, y al autobús—, pasando, por descontado, por E.T., el extraterrestre (E.T. – The Extraterrestrial, 1982), de la cual se fusila casi literalmente el plano general subjetivo sobre el pueblo nocturno (por más que aquí carezca del sentido y, sobre todo, del sentimiento con que lo concibió y rodó su creador original). Ya he mencionado que, en particular en su tercio final, el peso de lo que podríamos llamar la “tradición spielbergiana”, tan ampliamente conocida y difundida a estas alturas que ha devenido un patrón narrativo casi con autonomía propia, impide que la resolución del relato tenga, a mi entender, la fuerza que podría haber atesorado si se hubiese planteado y resuelto de otra forma, y ello por la sencilla razón de que, cuando ese clímax tiene lugar…, descubrimos que ya lo conocíamos, que lo habíamos visto con anterioridad, y lo que es peor, mejor: que el extraterrestre que se encuentra detrás del meollo de Súper 8 acabará protagonizando un triunfal despegue final de regreso a su planeta. Y el hecho de que el alienígena en cuestión sea –toque “autoral”, si es que quiere verse así— una variante de la gigantesca criatura que centraba la acción de una producción de Abrams, Monstruoso (Cloverfield, 2008, Matt Reeves), me parece casi lo de menos.

Todo ello no obsta, a mi entender, para que Súper 8 haga gala a cambio de excelentes momentos. La primera secuencia, la del funeral de la madre del pequeño Joe (Joel Courtney), atesora una sobriedad tonal y una cuidada planificación que, casi, hacen pensar en el cine de Clint Eastwood. La secuencia del descarrilamiento del tren es, sin duda, brillante…, por más que unos cuantos vagones menos estallando tampoco le hubiesen sentado mal: Abrams y Spielberg saben que es, desde luego, un momento “fuerte”, y lo sobrecargan con un exceso de planos “apabullantes”. Las secuencias de acción que he mencionado en el párrafo anterior también están bien rodadas y montadas. En general, los jóvenes intérpretes del film hacen gala de una inocencia y una frescura que casa muy bien con el trasfondo de un relato que, a ratos, pretende ser un retorno a “aquellos maravillosos años” tan añorados por algunos, con atmósfera de Americana (toque Spielberg) combinada con la evocación un tanto siniestra de esa infancia no siempre “maravillosa” (toque a lo Harper Lee). Chirrían algunos momentos en los que, de nuevo en ese tercio final, la acción se precipita, sobre todo cuando los niños empiezan a descubrir los secretos de los militares como si tal cosa en cuestión de pocos minutos: se nota que hay prisa por llegar a la resolución. Pero, en la misma balanza, se inclinan en el haber de la película instantes como el plano del agujero a través de la pared de la habitación de Joe mostrando, al fondo del encuadre, esa torre de agua que tanto peso específico tendrá al final del relato; las imágenes documentales de los experimentos militares con el extraterrestre, un recurso asimismo déjà vu, pero resuelto con eficacia; y la simpática coda de los títulos de crédito finales, mostrando en su integridad la película de zombis que los chicos ruedan en súper 8.


Memorias de tiempos bárbaros: unas pocas notas: Conan, el bárbaro (Conan the Barbarian, 2011), de Marcus Nispel.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan detalles de la trama de este film.] Hace poco publiqué una reseña de este film, en el último número de Imágenes de Actualidad, pero me gustaría aprovechar este espacio para hacer algunas matizaciones. Comentaba entonces que me había llevado una agradable sorpresa con esta nueva versión de Conan, el bárbaro, que si bien por debajo de la homónima de John Milius de 1982 me parece mucho mejor de lo que se ha dicho de ella. Curiosamente a mí, que nunca me ha gustado Marcus Nispel, aquí me ha convencido, y creo que este film, con todos sus defectos, no se merecía en absoluto el descalabro comercial que ha acompañado su estreno: cosas peores, mucho peores, han funcionado cien veces mejor. De entrada, como ya dije en su momento, me ha sorprendido el riesgo corrido aquí presentando a un Conan (Jason Momoa) más arisco y antipático que nunca, y el poco esfuerzo que realizador y guionistas hacen por hacérnoslo más simpático, más allá de su contraste con sus temibles enemigos. También me ha sorprendido el tono brutal y despiadado de la narración, de tal manera que no ya Conan, ni por descontado sus rivales, sino ni tan siquiera los personajes teóricamente más “positivos” –en este caso, “la chica”: Tamara (Rachel Nichols)— resultan cercanos: pertenecen a un mundo, una época y, sobre todo, un contexto que están contemplados con fantasiosa distancia: se entra o no se entra. Hacía tiempo que no se veía una película hollywoodiense tan áspera y poco esforzada a la hora de complacer al espectador. Cuesta, por así decirlo, diferenciar entre “buenos” y “malos”, todos ellos relacionados entre sí en un universo imaginario descrito con elevadas dosis de violencia y cierta carga sexual (exhibición de pechos femeninos incluida) bastante insólitas de ver en estos tiempos de necia corrección política.

Lo que más me ha llamado la atención es que, en esta ocasión, Marcus Nispel ha renunciado a la atmósfera oscura y de tonos metálicos proporcionada por el fotógrafo Daniel Pearl en sus –hablo por mí, por supuesto— horrendas nuevas versiones de La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 2003), El guía del desfiladero (Pathfinder, 2007) –esta, ya, un “Conan” en potencia— y Viernes 13 (Friday the 13th, 2009); el cambio de director de fotografía –ahora, Thomas Kloss— parece haberle sentado bien, porque Conan, el bárbaro hace gala, por el contrario, de una fotografía colorista y cromática. Ello, unido al hecho de que su planificación es más elegante de lo acostumbrado en él (abunda el plano general, en detrimento de su característico abuso del primer plano, lo cual resulta muy de agradecer), y que su ritmo de montaje no resulta tan desenfrenado como el de sus anteriores films (acaso como exigencia derivada del empleo de las cámaras de 3D, las cuales obligan a “alargar” la duración de los planos a fin de que el ojo humano pueda captar el efecto tridimensional), hace que este Conan, el bárbaro sea visualmente atractivo y la mejor rodada de todas las películas de su director.

Puede que, como se ha dicho, el argumento de estas nuevas aventuras del guerrero cimmerio creado por Robert E. Howard carezca del brillo de la versión de Milius, muy personal y muy lírica, en contraposición a la versión de Nispel, en absoluto lírica y, por el contrario, rebosante de brutalidad. Pero la idiosincrasia del personaje protagonista está bien captada: Conan es un superviviente nato, una máquina de matar y de follar dentro de una época imaginaria, unos “tiempos bárbaros”, donde bajar la guardia un segundo puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Solo hay que cómo, incluso unos minutos antes de nacer, ¡esquiva por muy poco un sablazo estando aún dentro del vientre de su madre! ¿Y qué decir de las crudas escenas de su infancia, la brutalidad que demuestra a la hora deshacerse de un puñado de enemigos –la mirada de preocupación de su padre Corin (excelente Ron Perlman) es de lo más elocuente—, y la forma como ve morir a su progenitor, abrasado vivo bajo un caldero de metal derretido? ¿A alguien le extraña que semejante muchacho acabe creciendo y se convierta en pirata, o que tan solo piense en consumar su venganza contra Khalar Zym (Stephen Lang), el reyezuelo que arrasó su poblado?

Si algo se le puede reprochar a este Conan, el bárbaro, más allá de alguna que otra torpeza –por ejemplo, la muy convencional escena de sexo entre Conan y Tamara, rodada y montada como siempre—, es –salvando las distancias, como le ocurre a Súper 8— que no termine de apurar todas sus posibilidades. Me parecen una mera concesión de cara a la galería, por lo que tiene de ruptura con ese tono áspero que domina el resto del relato, algunas de las secuencias finales en la fortaleza de Khalar Zym, con una estética digital deudora del Peter Jackson de El Señor de los Anillos (que ya le estaba bien a esta, pues obedecía a otro planteamiento, pero que aquí chirría); un mero peaje para (intentar) dar placer al público adolescente y que demuestra que, a fin de cuentas, estamos viendo una película estrenada en el año 2011. Pero, por fortuna, las virtudes de este Conan, el bárbaro siguen superando a sus defectos: las secuencias de acción están bien filmadas; hay personajes secundarios de cierto atractivo, en particular la bruja Marique (Rose McGowan), con su fascinación incestuosa hacia su padre Khalar Zym; y muchos toques de notable crueldad: por ejemplo, ese momento en el cual Conan irrumpe en el calabozo donde Ela-Shan (Saïd Taghmaoui) es torturado…, valiéndose para conseguirlo de la cabeza cortada del carcelero, el único autorizado a entrar allí, que enseña a la altura de la ventanilla de la puerta para engañar al guardián de la misma.


La primera invasión extraterrestre: Cowboys & Aliens (ídem, 2011), de Jon Favreau.- [Advertencia: en el presente artículo se revelan detalles de la trama de este film.] Cuando ya creíamos que la primera o cuanto menos una de las primeras invasiones extraterrestres de las que habla la literatura se había producido el día que los habitantes del planeta Marte decidieron atacar el planeta Tierra a finales del siglo XIX, tal y como lo relató H.G. Wells en La guerra de los mundos (1898), o que los primeros ataques alienígenas de relevancia que se registraron en una pantalla de cine tuvieron lugar histórica, geográfica y cinematográficamente hablando en la Norteamérica de los años 50, hete aquí que no: que el primer ataque de habitantes de otro mundo del que existe constancia en el imaginario fílmico se produjo en Absolución (sic), Arizona, y en el año del Señor de 1873. [Nota bene: vale, de acuerdo: en Alien vs. Predator (AVP: Alien vs. Predator, 2004, Paul W.S. Anderson), la cosa retrocedía hasta el Antiguo Egipto; y, si nos ponemos tontos, el “encuentro en la tercera fase” más remoto en el tiempo probablemente sea el visualizado en los albores de la humanidad por Stanley Kubrick, para alegría de Erich von Däniken, en 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968).] Fue en esa época, y en aquel perdido rincón de los Estados Unidos, donde se produjo la agresión de unos invasores del espacio, la cual fue repelida por un pequeño ejército formado por los hombres de un terrateniente local, el excoronel del ejército Woodrow Dolarhyde (Harrison Ford), la banda de forajidos liderada por un desmemoriado desperado llamado Jake Lonergan (Daniel Craig), y la tribu de guerreros comanches del jefe Cuchillo Negro (Raoul Trujillo). Al menos, claro está, según la versión, naturalmente, “oficiosa” que del incidente ofrece esta película de Jon Favreau, a partir del relato gráfico de Scott Mitchell Rosenberg.

Por más que a muchos semejante planteamiento, de puro delirante, les provocará un rechazo instantáneo, a los interesados por el cine de género semejante idea no puede menos que mover(nos) a la simpatía. En cierto sentido, Cowboys & Aliens vendría a ser una especie de versión cara de Billy the Kid vs. Dracula (William Beaudine, 1966), por más que la película del director de las dos entregas de Iron Man se inclina, más bien, por una respetuosa mezcla de géneros que ya se hallaba, por ejemplo, en un relativamente reciente y bastante estimable film que combinaba western y cine de terror, The Burrowers (J.T. Petty, 2008), visto en el Festival de Sitges y en el cual, por cierto, ya salía un actor de Cowboys & Aliens, Clancy Brown; y, a falta de haberla visto en el momento de escribir estas líneas y guiándome tan solo por referencias, en una novísima película de John Geddes titulada Exit Humanity (2011), que mezcla la guerra civil norteamericana… con una trama de zombis. Las noticias del escaso éxito comercial de Cowboys & Aliens en los Estados Unidos, y su no muy estimulante aceptación en cines españoles –menos de tres millones de euros recaudados en dos semanas de exhibición, en el momento de escribir estas líneas, mediados de septiembre de 2011 (fuente: Boxoffice.es)—, puede condicionar la opinión de quien no la haya visto, como en el caso del Conan, el bárbaro de Marcus Nispel , que ha funcionado en taquilla mucho peor (y dejando aparte, porque es otro tema, que este año absolutamente a todo el cine que se ha estrenado en salas de España, y salvo excepciones, le está yendo muy mal, sea por culpa de la piratería, de la crisis, del cambio de gustos del espectador o un problema de calidad del propio cine).

Estoy lejos de considerar Cowboys & Aliens una maravilla, pero tampoco me parece un título tan desdeñable. Desde luego que se le pueden poner muchísimas pegas, empezando por su duración de dos horas, que está artificialmente estirada de cara a hacer a esta película, que es muy cara, más “grande”, lo cual repercute en el interés aleatorio de la función; se le puede reprochar, incluso, que la impresión general en torno al film, que a pesar de su divertido planteamiento no “da” todo lo que promete, es bastante cierta; comparto, asimismo, la impresión del colega Josep Parera, quien en el número de julio-agosto de Imágenes de Actualidad apuntaba a la que posiblemente sea la clave del fracaso de la película entre el público adolescente: la preeminencia que se hace en ella del género del western, muy por encima de su faceta de ciencia ficción, o expresado coloquialmente, que hay en ella más “cowboys” que “aliens”, aspecto este con el que simpatizan o pueden simpatizar los amantes del western pero que, de entrada, echa hacia atrás a un público joven que no disfruta con este género (al menos, hasta que Quentin Tarantino estrene su Django desencadenado, y aún así ya veremos). Sorprende, e incluso divierte (aunque esto último es una apreciación muy subjetiva que no es fácil de compartir), que, como western, Cowboys & Aliens haga gala de una espartana seriedad digna de mejor causa; incluso, es aquí cuando realmente funciona. En este sentido, los primeros veinte minutos, los más puramente westernianos –la presentación del personaje de Lonergan, su llegada al pueblo de Absolución, su enfrentamiento con el estúpido hijo de Dolarhyde, Percy (Paul Dano), su captura por el sheriff Taggart (Keith Carradine: ya casi no nos acordábamos de él)—, están bien. Incluso el primer apunte, digamos, “fanta-científico”, la primera manifestación de la presencia alienígena por los alrededores, también resulta afortunada: un hombre de Dolarhyde se cae al río mientras, a sus espaldas, se produce una misteriosa e inesperada explosión; el movimiento de grúa que acompaña el gesto del hombre saliendo del río, y descubriéndonos la espantosa matanza de dos cowboys y del ganado de Dolarhyde, resulta sugestivo.

Posteriormente, la misma noche que el sheriff Taggart intenta llevar a Lonergan a las autoridades federales, Jon Favreau consigue una bonita idea visual. En un plano general muy abierto muestra, cabalgando en la oscuridad a la luz de antorchas, a Dolarhyde y sus hombres a caballo acercándose rápidamente a Absolución, con la intención de impedir que el hombre que ha humillado a Percy sea conducido a otro lugar; pocos minutos después muestra, en otro plano general muy abierto y muy parecido al que hemos comentado, las primeras luces en el cielo nocturno que anticipan el primer ataque de los extraterrestres. Es una elegante manera de sugerir, primero, la amenaza, digamos, “terrestre” (Dolarhyde y sus pistoleros), y cómo esta última queda equiparada y, al mismo tiempo, anulada por la amenaza “no-terrestre”; también puede verse como una buena forma de indicar que un género, el western, deja paso al otro, la ciencia ficción. No es el único apunte en este sentido: señalo, asimismo, el insólito descubrimiento de ese buque de palas típico del Mississippi en medio de la llanura y boca abajo (en lo que puede verse un guiño a Encuentros en la tercera fase; lástima que no se termine de sacar todo el provecho posible a tan espléndido decorado). Sobre todo, hay un personaje que resulta decisivo al respecto: el de “la chica”, Ella (Olivia Wilde); ya he indicado, al principio de este comentario, que se desvelan aspectos cruciales de la trama del film; si, a pesar de ello, siguen leyendo, apuntaremos a continuación que el hecho de que, como se descubre hacia el último tercio del metraje, Ella también es una alienígena, enviada a la Tierra para ayudarnos a hacer frente a los invasores del espacio, con esto se justifica dramáticamente en parte una de las cosas que más “chirrían” del relato, dado que Ella, al principio, resulta dramáticamente bastante inverosímil como cowboy “femenina”. En un sentido relativamente similar funciona el hecho de que el propósito de los alienígenas no sea otro que el de abastecerse de oro, con lo cual estos personajes se equiparan así a los típicos buscadores del dorado metal de tantos y tantos westerns. A pesar de estos interesantes apuntes, Cowboys & Aliens es una propuesta que podría haber dado mucho más de sí con tan solo un poco más de elaboración: material, había.

3 comentarios:

  1. Hola a todos:

    Sumamente decepcionante "Super 8", cuyo interés va a menos, igual que la carrera de Abrams como director: "Misión imposible" me gustó, "Star Trek" me aburrió, y la que nos ocupa, a pesar de Spielberg, es de una pobreza en su desarrollo que parece haber sido escrita en una tarde (esta vez Abrams no ha contado con la colaboración de Orci y Kurtzman para que dotaran de un poco de "gracia" al guión, y creo que se nota). Una cosa es un homenaje y otra muy distinta "pegarse" tanto al objeto homenajeado, remedar sus tópicos con un espíritu tan mimético, que el resultado parece casi una parodia involuntaria. "Super 8" empieza bien, es verdad. La primera escena promete, y las peripecias de los chavales para realizar su peli casera de zombis están rodadas con brillantez y encanto, pero a partir del aparatosísimo accidente de tren la película comienza a hundirse sin remedio. (Por cierto,aunque no venga a cuento: es divertido a veces jugar a reconocer esos momentos en que películas que no están mal del todo se vienen abajo. Me viene a la memoria ahora "Balada triste de trompeta", que se estrella a partir del momento en que Carlos Areces se escapa del hospital y se interna en el bosque con el culo al aire). Pero "Super 8": que no, que ni los chavales tienen suficiente carisma (con la excepción de la hermana pequeña de Dakota Fanning y del chico de los petardos). También hay que decir que el penoso doblaje en español les ha jugado una mala pasada. Y todo el último tercio es como para salir corriendo del cine, y volver, si acaso, para ver los títulos de crédito, esos que casi todo el mundo ha visto de pie ya en los pasillos.

    Un saludo.

    Un saludo.

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  2. Poco más que añadir al texto de Salgado (con el que estoy ampliamente de acuerdo) y al tuyo, Tomás. Soy de una generación posterior a la que vivió en carne propia el cine de los 80 realizado o producido por Spielberg, y tal vez por eso el efecto nostálgico (su mayor reclamo, porque, sinceramente, creo que no aporta mucho más) no tuvo ningún impacto en mí.

    Admito detalles inspirados de puesta en escena, como una habilidosa utilización de la grúa, y unos primeros minutos muy buenos, con situaciones y personajes expuestos con detalle y mimo en apenas una línea de guión. En resumen, cuando habla de lo pequeño es grande, pero cuando habla de lo grande (apariciones del alien, inclusión del ejéricto, clímax final) es pequeña y tópica.

    Ayer puede ver 'El árbol de la vida', y es inmensa, para lo bueno y lo malo. Tiene decisiones narrativas y formales que pueden parecer dudosas, pero la parte central es tan poderosa, tan hermosa, que un servidor no puede más que rendirse ante la enorme ambición y sensibilidad artística de Malick. Sin temor a equivocarme, creo que es el film del director que más me ha llegado, aunque todavía está en proceso de "digestión". Por momentos es abrumadora y un solo visionado me parece insuficiente para apreciarla en toda su magnitud. Por cierto, Tomás, supongo que esa cámara voladora de Lubezki te habrá vuelto loco sabiendo lo mucho que te interesa todo lo relacionado con la puesta en imágenes,jeje. Pocas veces he visto una fotografía tan buena como ésta.

    PD: Tomás, gracias por dar tu opinión sobre 'La piel que habito' en la entrada anterior. Veo que hemos salido con sensaciones parecidas.

    Saludos.

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  3. Creo que el mayor problema de Super 8 son las expectativas despertadas. Me estoy dando cuenta de que todo el mundo juzga más la película que le habría gustado ver que la película que realmente es, lo cual es absurdo. No se puede juzgar algo por lo que no pretende ser.

    Super 8 solo pretende hacer un homenaje al cine de aventuras adolescentes de los años 80 y creo que en ese sentido sale airosa con nota porque no se limita a copiar los tópicos spilgberianos, sino que, como ha dicho Roger Ebert, recupera una forma de hacer y entender el cine.

    Vale, no es una obra maestra, solo es un buen divertimento. Exactamente igual que las películas producidas por Spielberg bajo el sello Amblin en los 80. ¿Por qué pedirle más?

    Un saludo!

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